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atención, curiosidad, lectura, lectura comprensiva, parafilia, reconocimiento, redes sociales
Supongo que los lectores tempranos que leemos algo más que ficción, y no por interés laboral (creo que acabo de reducir la población lectora de un teórico 40% a un realista 10%…) solemos leer varios libros a la par. No es una capacidad innata, por supuesto, sino adquirida tras largo entrenamiento. Puede que pensemos por ello que estamos mejor preparados para competir en la economía de la atención que domina el mercado del canal escrito, pero puede que no sea del todo verdad… En la economía de la atención en que vivimos inmersos, los materiales de lectura, que ahora llamamos “contenidos” para igualarlos con los materiales audiovisuales, han dejado de ser creados y difundido para la comprensión. Existen, en primer lugar, para el encuentro y el reconocimiento mutuo. Sólo hay que poner como ejemplos Facebook y Twitter, o los servicios de mensajería instantánea tipo WhatsApp, para ilustrar lo que quiero decir, que, por otro lado, es ya un tópico de la teoría comunicativa. En realidad, lo que ocurre es que el canal escrito se está “imaginando”, en la medida que la imagen siempre ha tenido como primera función el reconocimiento y por tanto el encuentro con el mundo, y sólo como segunda la comprensión, nacida de la interpretación. Esta situación no es necesariamente un signo de degradación de la lectura, en la medida en que aún sobrevive la lectura como acto de comprensión, y que, a mi parecer, no haya disminuido sino más bien lo contrario. Por otro lado, desde la industrialización de la producción escrita y la aparición de los periódicos y el periodismo, en el siglo XIX, esa deriva era más que previsible, y la actual situación de la prensa escrita impresa o digital, en la que el lector busca reconocimiento y encuentro más que información, lo confirma: no se lee un periódico para conocer y formar una opinión, sino para reconocer nuestra opinión en ellos. Las constantes apelaciones actuales de la profesión sobre la ética periodística y demás, como toda apelación a la ética en cualquier profesión, es en el fondo el reconocimiento de que la realidad no es así. Con todo, lo que ha aumentado espectacularmente es la cantidad de “contenidos” para el contacto y el reconocimiento, un excedente que, si consigue su principal objetivo como agente de la economía de la atención, convierte nuestras listas de artículos o enlaces guardados para su posterior lectura o simplemente su organización a efectos de referencia en una pesadilla propia de Sísifo. Yo todavía ando a la búsqueda de algún programa informático que me ayude en la tarea, sin haber encontrado hasta ahora ninguno que no me obligue a dedicarle más tiempo a la organización que a la propia lectura, aunque debo reconocer que mi curiosidad por todo (o dicho de modo menos condescendiente conmigo mismo, mi incapacidad para focalizar la atención en un solo tema durante el tiempo necesario) hace que la tarea sea digna de Hércules. En cualquier caso, un simple vistazo a mis listas de lectura me hacen caer en la más profunda de las depresiones lectoras, y ya las calculo en “cantidad de vidas necesarias para leerlo todo”. No renuncio, con todo, a leer para comprender, aunque como decía al principio, leer más de un libro a la vez, por lo general no menos de cinco, más los imprescindibles longreads, en el anglicismo que se impone para artículos extensos, me aleje más bien poco del consumidor compulsivo. Sobre mis mesas y estantes esperan, ya empezados, la Introduction to Antiphilosophy de Boris Groys, el Baudelaire de Benjamin/Agamben, el Ulysses de Joyce (las relecturas también cuentan), La transmigración de los cuerpos de Yuri Herrera, Las teorías salvajes de Pola Oloixarac, Un hombre enamorado, el segundo tomo de los seis de Knausgård (no, no he leído el primero todavía, por si se lo preguntan), The Lost Books of the Odyssey de Zachary Mason, La razón populista de Laclau, y Le capital au XXIe siècle de Thomas Piketty, sobre el que mi lista de longreads está inundada. Puede, por otro lado, que sólo publique aquí esta lista para buscar el encuentro y el reconocimiento de algún otro lector. Puede que la búsqueda de la comprensión a través de la lectura no sea más que una forma de buscar los afectos que otros encuentran en la cháchara compulsiva que tan bien instrumentalizan las redes sociales, WhatsApp incluido. Puede, al fin y al cabo, que solo sea un hombre de mi tiempo con una parafilia un tanto particular.