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Con la semanita bipolar, de alegría histérica o llanto y crujir de dientes, que llevamos desde que se conoció el resultado de las elecciones europeas el domingo pasado, pretender añadir un poco de análisis al cóctel de odios furibundos y afectos que rallan la parafília, de desdeñosos reconocimientos o de cordial desprecio que han inundado nuestros medios de comunicación parece misión suicida. Pero el resultado, y su ganador moral, que no electoral, el neonato Podemos, bien merecen que les dediquemos algo de atención desapasionada. Muchos, afortunadamente, lo han hecho, y simplemente me añado a ellos. Por si alguien se quedó con la duda la semana pasada, finalmente no les voté. Ya les decía yo que las sutilezas del alma votante son inefables. Pero que no se puedan expresar no quiere decir que no debamos intentarlo. Vamos pues.

De entre los muchos temas que merecen atención en este nuevo fenómeno político voy a centrarme, de momento, en uno: el populismo. De algún otro tema ya he dicho la mía en Twitter (@izquierdojosep), aunque nada que no estuviera implícito en el artículo de la semana pasada. Como sospechaba, conseguí irritar por igual a mis amigos y a mis enemigos en Compromís-Equo (Primavera Europea), con resultados, también, previsibles: el diálogo amable con unas, el desprecio por mi alma negra como el chapapote con otros. LOL.

Cuanto sigue le debe mucho a la lectura de La razón populista, de Ernesto Laclau, obvio. Mi tesis es que la victoria moral, por encima del excelente resultado electoral, de Podemos en estas elecciones también. Solo hay que escuchar atentamente a Íñigo Errejón, el gurú politológico de Podemos. Quienes les acusan de populismo bolivariano, no saben de qué hablan: esta gente ha aprendido más de Laclau que de Chávez. Porque la primera conclusión de Laclau es que el populismo no es una ideología política, sino un modo de construir lo político, no un fenómeno sino una lógica social transideológica, no un modelo, sino unas instrucciones para armar.

El populismo como concepto político y social en su uso tertuliano-político en España es un no-concepto, o un concepto vacío: un arma arrojadiza para descalificar al oponente, y que resume todo cuanto se intentaba rechazar de la historia política y social de nuestro país durante la Transición. En la mente de sus arquitectos (de los buenos, al menos) se pretendió la construcción de un sistema institucional contrabalanceado que permitiera la libre expresión de peticiones o demandas sociales y su resolución en un marco de convivencia estable. Una política racional contra la política afectiva que había dominado la historia de España hasta ese momento, supuestamente, tanto por la izquierda (republicanismo frentepopulista) como por la derecha (autoritarismo primoriverista, franquista, etc). Mientras las demandas sociales sean razonablemente satisfechas en el campo de juego y con las reglas establecidas por el sistema todo va bien. Entiéndase que en nuestro caso el Sistema es una determinada configuración específica de la democracia burguesa plasmada en la constitución y su desarrollo, y que mediante una sinécdoque discursiva se convierte en la democracia con mayúsculas, en la encarnación en un aquí y un ahora de la democracia burguesa como ideal, y que por tanto, cualquier cuestionamiento de esa configuración específica se convierte, automáticamente, en antidemocrático. Ejemplos a montones: soberanismo, anticapitalismo, y ahora populismo, por nombrar sólo tres, son ETA, la metáfora preferida en los últimos tiempos para designar la ruptura del consenso constitucional.

Dentro del sistema, las demandas sociales, satisfechas o no, permanecen aisladas las unas de las otras, y con ello el sistema permanece inalterado. Un ejemplo. La oposición a la reconversión industrial de los años 80 fue una demanda democrática (en terminología Laclau) insatisfecha, que permaneció aislada de otras demandas socio-económicas como la asistencia sanitaria universal o la protección social al desempleo, o la educación pública y gratuita, porque el sistema sí las satisfizo (mejor o peor, eso no es relevante de momento). Una demanda insatisfecha, pues, permaneció aislada del resto de demandas sociales, y sin potencial para poner en cuestión el sistema, para crear una frontera interna que enfrentara a una parte de la sociedad contra la otra.

Ahora que está tan de moda la desigualdad económica en el capitalismo financiero por la repercusión de la obra de Picketty en el mundo anglosajón, es importante destacar que la igualdad o su contraria son el gran qué del funcionamiento de un sistema político que se autoproclame democrático. Pero no la igualdad económica, sino la igualdad de satisfacción de las demandas democráticas. Mientras se perciba que el sistema es esencialmente justo y generoso en la satisfacción de esas demandas, el apoyo popular al sistema no decrecerá significativamente. Lo que nos enseña Picketty es que el propio sistema económico que sostenía el sistema democrático en los términos en que lo hemos esbozado, ha comportado con el tiempo una desigualdad económica y social que empieza a percibirse como irresoluble a partir del estallido de la burbuja financiera. Básicamente, que el sistema ya no tiene recursos para satisfacer las demandas democráticas, con lo que las demandas democráticas insatisfechas comienzan a acumularse en el seno de la sociedad, y empieza la carrera hacia la formación de una frontera interna dicotómica en el momento en que las demandas democráticas irresueltas empiezan a acumularse y a establecer entre ellas lo que Laclau llama una articulación equivalencial: demandas en origen diferentes, no equivalentes, pero que se articulan entre ellas frente a un enemigo común, que no es otro que la instancia que no satisface esas demandas: el sistema. Las demandas democráticas pasan, en ese proceso, a convertirse en demandas populares, y empieza a constituirse “el pueblo” como un actor histórico potencial.

El ejemplo del soberanismo catalán es paradigmático, y en buena medida marca el camino por el que estamos transitando. Una demanda sociopolítica (soberanía nacional), que es parcialmente resuelta a través del sistema (sistema autonómico constitucional). Recuérdese que esa demanda sociopolítica incluye una demanda económica en su seno desde siempre. La lealtad constitucional de Convergència i Unió, clave en la estabilidad política y, por tanto, en el mantenimiento del sistema, ilustra la satisfacción de esa demanda, que no desafía al sistema hasta que esa demanda democrática se une a otras demandas de orden socio-económico (educativas, sanitarias, de protección social…). El hecho de que Catalunya estuviera gobernada durante todo el período de vigencia del sistema constitucional por una formación económicamente neoliberal hizo que el grado de insatisfacción socio-económico se manifestara antes que en otros lugares, y esa es una parte de la explicación de por qué Catalunya es la primera en pasar de las demandas democráticas a las demandas populares. Naturalmente el papel jugado por Esquerra Republicana de Cataluña, que aúna soberanismo y antiliberalismo, durante el Tripartit y después en su alianza con Convergència y Unió, es clave para que las demandas soberanistas y socio-económicas se enlazaran en una cadena equivalencial en la que destacó, inmediatamente, como prima inter pares, la soberanista. El componente populista (de creación del “pueblo”) que toda ideología nacionalista contiene hizo que el precipitado de circunstancias que originó esa cadena equivalencial fuese visto desde el resto de España no como populismo, sino velado a través de su formulación nacional (ya saben, Catalunya com a nació y tal). En cualquier caso, el soberanismo catalán no fue (ni es) percibido como populismo porque por razones históricas la frontera social que se dibuja como consecuencia de la insatisfacción de las demandas está redirigida hacia otro lado, no es percibida por ninguna de las partes (ni Catalunya ni España) como una frontera interna, y la terminología que se utiliza por ambas partes es, obviamente, más decimonónica: nación, estado, soberanía, and so on… Resumiendo de forma ciertamente arbitraria, ya me lo permitirán, el soberanismo catalán es populismo vintage.

Pero vamos ya con Podemos. En el caso español, stricto sensu, la acumulación de demandas insatisfechas fue acentuándose a medida que la crisis económica impedía su resolución desde el estallido de la burbuja financiera en 2009, y la formación de cadenas equivalenciales de demandas ha estado en construcción activa desde el 15M de 2011, que podemos establecer sin mucha discusión como el momento en que una parte de la ciudadanía percibe que sus demandas insatisfechas, esencialmente socio-económicas y igualitaristas, tienen equivalentes y que pueden ser asociadas frente a un enemigo común que no es tal o cual partido en el gobierno, sino el sistema emanado de la transición en su conjunto, ya que ninguno de los dos partidos mayoritarios estaba en condiciones de oponer resistencia a las directrices económicas que desde la UE y el FMI estaban estrangulando a la sociedad y, por tanto, generando más demandas insatisfechas en una espiral que nadie detenía. El conjunto de esas demandas insatisfechas alcanza en poco tiempo la masa crítica necesaria para articularse entre ellas en un frente común igualitarista, que incluye, además de las propiamente socio-económicas (paro, insuficiencia de las medidas sociales de amparo a la subsiguiente pobreza, deterioro de la sanidad, de la educación, de los servicios sociales generales…) las generadas por la insensibilidad de los partidos políticos ante la brecha que se abría entre la “gente normal” y la connivencia entre políticos y élites financieras: corrupción, trato de favor a la banca mientras se abandonaba a los preferentistas, rebajas de impuestos a las grandes empresas (¡¡hoy mismo!! Si es que el que no quiere entender…) mientras las sucesivas reformas laborales precarizaban aún más a los asalariados… Una tormenta perfecta a la que los partidos tradicionales, casi sin excepción, intentaron enfrentarse en lugar de dejarse llevar. Las condiciones estaban dadas, pues: desprestigio del sistema, percepción de frontera interna a través de la articulación de demandas insatisfechas que ya se convierten en demandas populares, y que identifican un “nosotros” contra un “ellos”. Todo esto, creo, no debería ser un misterio para nadie, pero donde Podemos da el paso definitivo hacia una articulación populista de la representación política es convertir ese vago sentimiento de solidaridad en un sistema estable de significación. En el caso catalán, como he explicado antes, el elemento diferencial que asume la representación de la totalidad de las demandas insatisfechas es el soberanismo, y el antagonista que se construye políticamente es España. En el caso de Podemos, el elemento diferencial que resume las demandas insatisfechas es la desigualdad, y el antagonista que se construye es el sistema político constitucional en su conjunto. Pero claro, eso no es muy concreto, y además conlleva asociados significados que pueden espantar a una parte importante de su electorado potencial que, en su demanda concreta no se ha planteado romper el sistema, sino ser escuchado por él. El enemigo, pues, en un inteligente giro retórico de nominación afectiva a contrario, es identificado como la casta. No el sistema en su conjunto, sino su representación: la parte por el todo. Y de ahí a la televisión, y a más de un millón de votos. Dejaremos para otro día la figura de Pablo Iglesias como líder a la luz de lo que Laclau llama la nominación afectiva, y otros detalles que este artículo de trazo grueso debe obviar ahora para no acabar conmigo.

Una última cosa. Si tras la lectura de este artículo se quedan con la idea de que a mí todo esto me parece mal, se equivocan, o yo les he conducido a una confusión lamentable. Como dice Laclau, cuando reemplazamos el análisis por la condenación ética, es que hemos perdido la batalla de la racionalidad. En la era del capitalismo globalizado, las viejas categorías políticas que sintetizaban la experiencia social están obsoletas, y las nuevas en construcción. Participar en esa construcción a través del análisis y de la crítica es la tarea que nos aguarda.