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Ustedes, ajenos, foráneos o felices habitantes de otros parajes o de otras ciudades, pensarán que nos quejamos de vicio, que en todas partes cuecen habas, que es que aquí los políticos solo son más tontos y se les ve antes el plumero pero que todos y en todas partes son iguales… ¡NO! Esto es de traca, de vodevil, de cuchufleta, de juzgado de guardia, es para mear y no echar gota, para abrirse las carnes y dejar que los perros se alimenten con ellas. Es para salir huyendo sin siquiera parar a sacudirse las sandalias, porque ni polvo dejan. Y que me irrite tanto un tema, digamos, aparentemente menor ante el desmantelamiento intensivo y extensivo de los servicios públicos, el paro (superior a la media española), el despilfarro evidente desde hace décadas, la corrupción a la que ni siquiera la crisis económica ha puesto coto porque esta gente les roba los caramelos a los niños si hace falta, es porque son tan malos que hasta se hacen trampas a ellos mismos. Justo en esta última categoría moral encajan los acontecimientos recientes, por cierto.

Les resumo. Un conflicto lingüístico inventado por el franquismo sociológico y el conservadurismo más rancio durante la transición para hacer democráticamente imposible cualquier atisbo de relación constitucional (fíjense que ni siquiera digo federación, confederación, unión, ni nada) entre los territorios que formaron la antigua corona de Aragón, fue alimentado con napalm sociológico y político mientras el País Valenciano fue gobernado por la izquierda, y desactivado cuando ellos alcanzaron el poder mediante la creación de una institución normativa similar a una academia de la lengua que devolviera el conflicto a cauces de normalidad científica. Creyeron que, subidos en la burbuja inmobiliaria que les haría eternamente ricos y eternamente deseables por las masas votantes, podían prescindir de un conflicto que inevitablemente desgasta siempre a quien tiene el poder… como suele suceder con todos los conflictos. Pero he aquí que estalló la burbuja, estalló el sistema clientelar que alimentaba, y la algarabía de voluntades y de votos que les empujaba en marcha triunfal calló, fuese, y casi no hay nada: las encuestas auguran que no quedará títere con cabeza en la derecha valenciana. Resucitar el conflicto lingüístico es una solución desesperada y, hoy en día, prácticamente risible, pero, hay que reconocerlo, pocas salidas más les quedan que seguir hundiéndose en las arenas movedizas de la propaganda que alimente la irracionalidad, la ignorancia y la xenofobia. Ya venían dando pasos firmes en este sentido (y hay que recordar que en las arenas movedizas los pasos firmes te hunden aún más…), pero vieron en cielo abierto cuando la institución que ellos mismos crearon para desactivar el conflicto tuvo la osadía (puede que la única que ha tenido hasta el momento) de definir el dialecto del catalán que se habla en el País Valenciano como tal, siguiendo los criterios que cualquiera que se llame a sí mismo filólogo no puede dejar de seguir. Lo que ha venido después es un episodio más, insigne eso sí, de la pantomima en que los políticos valencianos han convertido la vida en este apartado rincón del infierno universal.

Otros han explicado ya, y muy bien, por qué la AVL es una institución política y no lingüística, por qué una institución normativa sin medios de comunicación en lengua propia es una farsa, por qué el dictamen al respecto del Consell Jurídic Consultiu de la Comunitat Valenciana está entre la ridiculez y el tiro en el pie con ametralladora, y no abundaré en esos argumentos. Pero como la cosa es de risa, sí les recordaré que ya hace mucho tiempo que estas gentes son risibles.

Les traigo algunos fragmentos del espectáculo que la Internacional Melancólica montó hace 10 años, un 17 de diciembre: la gala de entrega de los Premios Prevarica 2004. Los dos primeros forman parte del noticiario que toda Internacional Melancólica incluía, y el tercero es una introducción histórico-festiva al concepto de prevaricación y sus raíces valencianas, que habría la gala. Incluso a mí, que los escribí en compañía de Roger Colom, me cuesta asimilar hasta qué punto diez años no son nada, y en qué grado textos escritos para ser efímeros al socaire de la realidad más perentoria, han conservado su vigencia. No por mérito nuestro, seguramente, sino por demérito de quienes los provocaron, y de este Hades valenciano en el que la eternidad se reduce a un instante, siempre el mismo.

1. “La ciencia no debe prevalecer sobre la democracia”, ha declarado Esteban González Pons. “Y para ello vamos a suprimir todas las universidades excepto las católicas, que, como todo el mundo sabe, no creen en la ciencia sino en Dios, y traspasaremos todas sus atribuciones al Instituto Valenciano de Estadística y Referéndums. A partir de ahora, todo aquel que quiera un título universitario, deberá afiliarse a un partido, lograr acceder a una lista electoral, y salir elegido. Un diputado autonómico equivaldrá a licenciado, y diputado nacional o senador a doctor. Así mismo, el gobierno valenciano se compromete a implementar un sistema de voto por SMS para lograr un sistema de diagnóstico médico auténticamente democrático. Los médicos se han mostrado entusiasmados ante el fin de las denuncias por negligencia.»

2. El Ayuntamiento de Valencia pretende mejorar el índice de pobreza. “Nunca seremos una gran metrópoli si solo disponemos de barrios degradados y una deuda municipal galopante. Necesitamos además una cantidad significativa de sin techo por las calles, niños pidiendo en las estaciones de metro, fragonetas de malacatones ante cada sede de organismos oficiales vendiendo mercancía robada, y una reforma de la Constitución que autorice la pena de muerte para el hurto de artículos de primera necesidad: pan, aceite, gallinas, televisores y móviles.” El Ayuntamiento ha anunciado que está dispuesto a realizar una fuerte inversión, que pedirá al gobierno central, para conseguirlo de cara a la Copa del América. “Sin pobres, no hay ricos”, ha declarado la concejala de bienestar social, que ha descartado, sin embargo, la creación de una PobreLoto: si te toca, lo pierdes todo. “Eso es demasiado barato, no interesa”,  ha declarado.

3. Aunque la prevaricación existe desde el principio de los tiempos, estuvo a punto de tomar carta de naturaleza como una de las Bellas Artes durante el siglo XIX, en que Thomas de Quincey andaba escribiendo un ensayo sobre el tema. Cuando las autoridades tuvieron conocimiento de ello, ofrecieron al autor una generosa subvención a cambio de no socavar los fundamentos del poder y de dedicar su ensayo a un tema mucho más inofensivo: El asesinato como una de las Bellas Artes.

Para demostrar las tesis que se defendían en ese manuscrito perdido (y encontrado por los servicios bibliográficos de la Internacional Melancólica) tenemos con nosotros al único superviviente de los actos de canibalismo que sucedieron tras el accidente de aviación en el que desaparecieron la mayoría de los componentes del Ballet Melancólico Internacional. Otros desaparecieron por otras razones, pero eso carece de importancia. ¡Con todos ustedes, el último superviviente del BMI, el devorador de hombros Alberto Moroño!

— A muchos de ustedes les sorprenderá que Thomas de Quincey, en La prevaricación como una de las Bellas Artes, mencionara a Jaume I como un ejemplo preclaro de prevaricación. Sí, señores y señoras, el fundador del Reino cristiano de Valencia utilizó información no contrastada suficientemente que advertía de la existencia de armas de destrucción masiva en Valencia, que podrían ser operativas en 45 minutos. Seguramente la falta de traductores del valenciano (que, como todos sabemos, es un dialecto del árabe) al catalán contribuyó al entuerto, algo que no hemos solucionado hasta fechas muy recientes con la creación de la Acadèmia Valenciana de la Llengua. Bien, el caso es que Jaume I prevaricó al ordenar la invasión de Valencia basándose en información falsa. E incluso se puso él mismo al frente de las tropas, acampando frente a la ciudad y sometiéndola a sitio.

Durante el sitio de la ciudad sucedió un episodio que confirma la vocación prevaricadora del fundador del Reino de Valencia. Ustedes se habrán preguntado alguna vez por la presencia de un murciélago en el escudo de la ciudad. Aunque muchos crean que es el vampiro que nos sangra con impuestos y multas municipales, su origen data de la época musulmana, en la cual los valencianos árabes que habitaban la ciudad habían domesticado este simpático animalito, el equivalente en tierra firme de las gaviotas marinas, para que se comiera los mosquitos que proliferaban en sus casas y sus calles.

Cuando Jaume I acampó ante la ciudad, descubrió que estas alegres ratas voladoras colaboraban, pues, con el enemigo, y que si eran capaces de descubrir un mosquito con su radar acústico, bien podían descubrir a los invasores. Es decir, a los buenos. Para solucionarlo convocó en el más estricto secreto una reunión en su tienda de campaña con los representantes sindicales de los murciélagos, y les ofreció contratos laborales indefinidos, 16 pagas anuales y un seguro médico privado que incluía servicios dentales integrales a cambio de su colaboración. Esta reunión secretísima fue descubierta por los colaboradores del rey, que entraron a su tienda sin llamar y se encontraron con las supradichas ratas voladoras revoloteando por la tienda y, desconocedores de las negociaciones que el rey mantenía con ellas, lo interpretaron como un buen augurio para su conquista, exclamando al unísono: “¡Ganaremos, puesto que las ratas abandonan volando el barco, perdón, la ciudad!”

Y así fue cómo, gracias a la vocación prevaricadora del rey y la querencia por la traición de las ratas aladas, el murciélago pasó a formar parte del escudo de nuestra ciudad, y posteriormente ocupó un lugar de honor en el escudo de la institución valenciana que más ha hecho y hará por la extensión de la prevaricación como elemento consustancial a la personalidad valenciana: el Valencia C.F.

Amunt València, amunt València, és el millor.